viernes, 7 de octubre de 2011

CATORCE RIMAS DE BÉCQUER

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870)

Selección de 14 poemas de las RIMAS de G.A.Bécquer, que forman parte del programa obligatorio de la P.A.U. (Ed. De Mercedes Etreros, Clásicos Castalia,1983)

I
  Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
  Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
  Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y apenas, ¡oh hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

II
  Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;
  hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá.

  Gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va.

  Luz que en cercos temblorosos
brilla próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será.

  Eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.
                       

                        IV
  No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

  Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
  Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
 y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad, siempre avanzando,
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

  Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

  Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

                        VII
  Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.

  ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

  ¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: “Levántate y anda”!

                        XI
  -Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
-No es a ti: no.

  -Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
-No: no es a ti.

  -Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
-¡Oh, ven; ven tú!

                        XIII
  Tu pupila es azul y cuando ríes
su claridad süave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en mar se refleja.
  Tu pupila es azul y cuando lloras
Las transparentes lágrimas en ella
Se me figuran gotas de rocío
Sobre una viöleta.[1]

  Tu pupila es azul y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.

                        XV
  Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
eso eres tú.

  ¡Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte, te desvaneces,
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul!

  En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
eso soy yo.

  ¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro y demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!
                       
XXIV
  Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.

  Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armonïosas se abrazan.

  Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa,
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.

  Dos jirones de vapor
que del lago se levantan,
y al juntarse allá en el cielo
forman una nube blanca.

  Dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.

                        XXX
  Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

  Yo voy por un camino: ella, por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún “¿por qué callé aquel día?”
Y ella dirá “¿por qué no lloré yo?”

                        XLI
  Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!
¡No pudo ser!

  Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!
¡No pudo ser!

  Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!

                        LIII
  Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

  Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
ésas...¡no volverán!
  Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

  Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas… ¡no volverán!

  Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará.

  Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
así...¡no te querrán!

                        LXI
  Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?

  Cuando la trémula mano,
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?

  Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?

  Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?
  Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?

  ¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
quién se acordará?



                         LXVI
  ¿De dónde vengo?...El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

  ¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
  En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.




            LXXIII

  Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

  La luz que en un vaso
ardía en el suelo
al muro arrojaba
la sombra del lecho
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

  Despertaba el día
y a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:


  ¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

  De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

  Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una viejo
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.

  De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:

 ¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!


  De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

  Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

  La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras,
yo pensé un momento:

 ¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

  En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

  Allí cae la lluvia
con un son eterno:
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!...

……………………………….
  ¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, sin espíritu,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna,
aunque es fuerza hacerlo,
a dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!




[1] Esta fue la primera rima publicada por Bécquer. Se transcribe en cursiva porque en el Libro de los gorriones aparecía subrayada.

No hay comentarios: